La navidad negra

Llegó el 24 de diciembre de 1822, fecha llena de dolor y rencor para la memoria pastusa. El primero de tres agonizantes días, la ciudad de Pasto, aunque desprotegida después de haber sido vendida y traicionada por sus propios líderes y gobernantes, el pueblo pastuso nunca cedió a ningún tipo de presión por parte de Simón Bolívar, ni de forma pacífica ni violenta.

El general Antonio José de Sucre, bajo las órdenes de Simón Bolívar, sabía perfectamente que podía hacer lo que le plazca con el pueblo pastuso, ya que nadie se lo iba a impedir. Ya eran las tres de la tarde y las tropas independentistas entraron a la ciudad como poseídos, destruyendo todo aquello que se atravesara en su camino. Algunos soldados de la milicia pastusa en un vano intento por defender la ciudad, salieron a detener el ataque. Cuando la fe y la religión (enseñada a los golpes por los europeos) fue una opción de salvación, los pastusos acudían a refugiarse en las iglesias y capillas, incluso optando por socorrerse detrás de la imagen del apóstol Santiago tallada en un yeso, esperando que al menos su efigie amansara la violencia con la que las bestias independentistas se adentraban a la ciudad.

Simón Bolívar no era precisamente el ser más religioso dentro de la historia de la independencia, su falta de respeto por las creencias católicas que los españoles habían inculcado (a la mala) a los colonos y que para esa época los pastusos aun conservaban se puede notar cuando fue capaz de lanzar un ataque sobre ellos en plena semana santa cuando se desató la Batalla de Bomboná y como se puede ver ahora, masacrarlos a quema ropa en plena celebración de navidad, por lo tanto, era de esperarse que esa falta de respeto la cometan las tropas a su mando, la cuales ni siquiera se detuvieron ante la imagen del apóstol Santiago, que no solo ignoraron sino que también pisotearon como si no representara nada, la gente que buscó refugio en las iglesias no tuvo más suerte que el resto, en estas, las mujeres eran violadas y los hombres decapitados, así mismo, aprovechando la arremetida dentro de las iglesias, los soldados de Sucre se dispusieron a saquear los tesoros que adornaban las estatuas de los santos y de igual manera todo tipo de riquezas.

Debido a la falta de defensa militar por parte de los pastusos, sus propios líderes militares, Estanislao Merchancano y Agustín Agualongo se refugiaron en las montañas, no con el ánimo de huir, sino de evitar ser apresados o asesinados, sabiendo que después del tormento que estaban viviendo, los iban a necesitar.

De todos los hombres que durante esos días acompañaron a Sucre para suscitar tal masacre, el “Batallón Rifles” fue el más fiero en cumplir su tarea. Cuando el mensaje enviado por Bolívar parecía ya haber sido comprendido claramente, estos continuaron aprovechándose de la ciudad y su gente, en donde ninguna anciana, mujer o niña se libró de ser profanada sexualmente por estos hombres, tanto que al momento en que encontraron un convento donde arremeter, ni siquiera las monjas salvaron su celibato a manos de estos.

Un terrible holocausto asoló a la ciudad de Pasto durante tres días, donde hasta 500 pastusos cayeron, entre otros heridos y mujeres violadas, que no podían evitar el desespero de ver cómo eran arrebatadas sus hijas, tanto que las madres mismas las ofrecían en las calles a los soldados blancos para que no fueran los negros quienes dispusieran de ellas. Pero no solo hubo pérdidas humanas, pues entre los saqueos y la destrucción de edificios, también destruyeron los archivos públicos y los libros parroquiales, dejando una inmensa laguna en la historia de Pasto.

Al tercer día de tan sanguinaria inmolación que se llevó la vida de tantos civiles inocentes en una ciudad desprotegida y asaltada a mansalva, fue el propio general José María Cordova quien se comunicó con Sucre exigiéndole el inmediato cese de tan absurda violencia que de hecho nunca debió ser permitida.

Aunque el 8 de junio de 1822 Bolívar había entrado a Pasto para firmar la capitulación de Berruecos y luego dirigirse al pueblo con una hipócrita actitud pacifista, en enero de 1823, este volvió a la ciudad con una actitud más desafiante, como restregando en la cara de los pocos pastusos que se atrevían a acercarse, que él había ganado y ellos perdido, escribió a Santander para mencionarle los planes que tenía sobre una “renovada” Pasto, comentando que serán perdonados si estos entregan sus armas y ceden ante tus reclamos.

De esta manera finaliza, no la masacre al pueblo pastuso, pues la masacre sigue viva al recordar que sucumbieron al dolor y a la pena por no querer pertenecer a un régimen disfrazado de libertad y en el cual entraron por mano de quienes los traicionaron, sino el interminable proceso que seguramente muchos otros pueblos tuvieron que pasar para pertenecer a la república de Colombia que tanto se esforzaba por “unificar” Simón Bolívar.

Simón Bolívar no ha sido mejor que otros líderes que han utilizado el racismo como símbolo de su liderazgo, como Adolfo Hitler, Álvaro Uribe o Donald Trump. El mundo es constantemente asolado por este tipo de tácticas colonialistas que arrasan con diferentes pueblos y culturas, como los mismos judíos, o Namibia, Siria, Irak, entre otros. Y eso duele, pero también duele como entre nosotros mismos, viniendo de la misma tierra, somos capaces de matarnos por defender una ideología y una falsa unificación, como lo proclamó Simón Bolívar, quien simplemente estaba preocupado por cumplir una meta individualista y egoísta, y no una meta colectiva.

Felipe Chaves Granada
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