Otro arte político colombiano 2: Grande superficie

Texto originalmente publicado en Tráfico Visual

Este es el segundo de una serie de artículos donde se reexaminará la noción de arte político que ha hecho carrera en Colombia durante la última década. Que procederán mediante el análisis de obras o curadurías de productores e investigadores visuales distintos a quienes se ha otorgado el monopolio de esta categoría; que busca complejizar su asimilación como seña primordial de identidad del arte contemporáneo de este país; y que intenta desdibujar la homogeneidad otorgada a ese pseudo-movimiento, mostrando su variedad y algunas de sus metodologías.

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Grande superficie es una curaduría de la socióloga e historiadora del arte Paola Peña, cuyo postulado inicia en 1995 y termina en 2018. En este sentido, se apoya y se debe al clima sociopolítico de ese período: comienza en la época de la Apertura económica (neoliberalismo a la colombiana, o sea (más) chambón) y cierra en la época del cognitariado (emprendedurismo y precarización para todos); comienza en la época de la Descertificación por parte de los Estados Unidos (un regaño al gobierno de Colombia por hacerse el que erradicaba de mala gana la producción de cocaína) y cierra en la época de una nueva amenaza de Descertificación (locuras de Trump); comienza en el año que concluyó la Primera Guerra contra las drogas (antes del Plan Colombia) y termina en la época de quienes van a destrozar con motosierra todo lo que tenga que ver con el Tratado de paz con las FARC; comienza en la época que concluyó un Genocidio político y termina en la que inicia otro.

Peña abre el recorrido con dos obras de la década de 1990: el Readymade estilístico #3 (Frank Stella con texto de Luis Fernando Valencia),  de Fernando Uhía y Un metro cúbico, del escultor y fotógrafo Jaime Ávila. El primero es una tela donde Uhía reelabora al óleo una imagen genérica del pintor estadounidense a la que antepone, del mismo modo en que se demarcan las áreas muertas de pantalla en los noticieros, las marcas de Turner Broadcasting System, la exportadora Nabisco y la esclavista Nike. Bajo esta acumulación de signos, pone una cartela con una frase impagable de un crítico de arte radicado en la ciudad de Medellín. La segunda se compone de cinco frágiles estructuras de un metro de lado, conformadas por cajitas vacías de cartón sostenidas por su peso. Todas impresas con fotografías de tugurios latinoamericanos.

Ambas obras muestran la manera en que comenzó a afianzarse la economía visual del período actual. Uhía y Ávila recuerdan que cuando se facilitó en Colombia el acceso a bienes provenientes del extranjero, también se afianzó una versión reducida del mundo, que lo limita a ser lo aparece en pantallas de cualquier tamaño. Lo mismo que nos sucede con la identificación de marcas nos pasa con la pobreza estructural: las vemos de lejos, intermediadas. Si no tenemos tal cosa con tal distintivo, nos convertimos en observadores aspiracionales; si no pertenecemos a la capa demográfica más pobre, la percibimos como una amenaza constante aunque lejana. En ambos casos se trata de un asunto existencial: trabajar para ahorrar y comprar ese bien ansiado; trabajar para sacarle el cuerpo a la idea de desposesión.

De igual manera, la curadora ofrece un coro de obras que proceden por acumulación, o las acumula. En el primer caso, presenta la pintura de Lorena Espitia, El imperialismo y todos los reaccionarios son tigres de papel (2010), collage de citas delicadamente pintadas en lenguaje constructivista, caricaturas de tigres y tramas de líneas y rombos; el video Nuevas ansiedades, de Sofía Reyes (2017), collage de pifias, accidentes y desastres grabados en su mayoría por camarógrafos amateur; o la instalación Amaneció en … (2018),  de Alix Camacho, que muestra relojes dando la hora de muchísimas ciudades en el mundo al mismo tiempo.

En el segundo caso, luego de pasar por la edición «clase media» de Capital Piracy de Milena Bonilla, hay una curiosa agrupación de obras relacionadas con celulares: réplicas de iphone 6 grabadas en mármol de tamaño normal o alargados (Gabriel Zea); réplicas de iphone 5 en piedra, vidrio, acrílico, aluminio y un celular real aplastados por una prensa de carpintería (Mariana Murcia); dummie de huawei Y360 con la presentación en loop de perfiles tomados de Tinder, con personas que mueven sus labios y facciones con la letra de Nothing Compares to You, de Sinéad O´Connor (Juan Obando).  

Por esa vía, la curaduría analiza algunas de las maneras como comprendemos la globalización mediante pares antitéticos hobessianos que hoy en día se muestran como irresolubles: si se quiere abundancia, se necesita vigilancia; si se quiere distracción permanente, se necesita control; si se quiere estabilidad, se requiere violencia. Peña decidió moverse entre polos para traducir una mirada más que aterrada, descreída. Los artistas participantes no tratan de preocuparse, ni divertirse; simplemente testifican una crisis. Por eso juegan con gadgets, recopilaciones de imágenes en movimiento, distorsiones de rostros y de logotipos, para recuperar algo de sentido ante la economía presente. Con esto intentan, más que relatos de finales felices, un scroll infinito. O por lo menos, uno que dure mientras se acaba la carga energética de nuestros celular, hogar, ciudad, planeta.

 

Grande superficie
Curaduría: Paola Peña
Artistas: Fernando Uhía, Juan Peláez, Daniel Salamanca, Miler Lagos, Jaime Ávila, Sebastián Carrasco, Sofía Reyes, Gabriel Zea, Mariana Murcia, Milena Bonilla, Don Nadie, Lorena Espitia, Alix Camacho, Juan Obando, Esteban Gutiérrez.
Cámara de Comercio de Bogotá (sede Chapinero)
21 de junio-3 de agosto
Bogotá

 

–Guillermo Vanegas

Guillermo Vanegas
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