¿Incendiar? la Palabra

Dentro de la Nube, rosáceos adscriben los tinta-oculares, a palmas de ‘¡bravo!’ y así, brevemente, como empieza, queda el evento clausurado. Puerta cerrada. Silencio. Frente a este sueño podríamos irrumpir con ¿otro? Algunos queremos quebrantar esta placidez con un avión construido a partir de cerillas flambeadas y páginas suciamente replegadas tal como en la fantasía más fiera de Harun Farocki [aunque claro, sin el Mao Mao ya desgastado, por favor].

El cómo de la irrupción queda desplegado en una serie de topografías aún intocadas, por nosotros, los post-graduandos, poseedores del sublime objeto del deseo tecnocrático: un cartón con un título impreso en letra tan negra como la bilis que desprenden las bien aceitadas maquinarias del mercado y el capital en el presente siglo. Detengámonos aquí para retomar la imagen de aquella analogía sobre el sueño, la inicial opacidad de aquella nube que aparece como gran comedia en la introducción de este texto.

El sueño corresponde al actual circuito cultural y artístico frente al cual no tenemos más remedio que mirar desde una lejanía bien adscrita y sin llave de entrada, un eterno circuito que tampoco conoce fin, interconectado por enormes intensidades de placer [ganancia, acumulación infinita] en el que las Ideologías del mercado se reproducen de forma feliz e ininterrumpida.

¿Cómo llegamos a estar atrapados por esta banda de Möebius? Respondo aquí a partir de una observación empírica sobre el asunto. Observación que se compendia a partir de dos factores que considero claves: la napoleónica situación en la que se encuentra el actual manejo burocrático de la academia de artes (manejo que aparentemente no encuentra iniciativas de fuerte toma de posición dentro del corpus estudiantil y que enfrenta la eventual ocupación y continuación [más no desmantelación] del actual estatus quo cultural; continuación que no hace más sino reforzar la situación de este sueño/circuito); el segundo factor, constituye la acelerada estratificación económica que corresponde al muy estrecho círculo de aquellos que pueden financiarse un lugar dentro de este mismo sueño.

Abordo la primera cuestión desde mi experiencia en la Academia de Artes como otro estudiante más que asumió un rol ideológico, el rol de un sujeto interpelado (1) por un bloque de reglas y creencias previamente establecidas anteriormente a la decisión de estudio formalizada por medio de un contrato económico. ¿Cuál era mi situación como sujeto sujetado? Consistía primordialmente en el escalafón programático de una serie de teorías extraídas de textos pertenecientes al extremo occidente, el más Europeo posible, una serie que dentro de otro contexto pudiese considerarse como revolucionaria, pero que situada dentro de la academia se torna en una jerarquía estratégica de adaptación al mercado: un discurso revolucionario fetichizado que se adjunta al objeto de la producción artística. Es decir, que todo aquello que nosotros, los estudiantes de la academia de artes, consumíamos, en la superficie se convierte em discurso de mercado. O, dicho de otra manera, este discurso de superficie es direccionado para la venta de otra superficie.

Por lo tanto, pasamos de un obsesivo contrarrestar discursivo antagonista de aquello denominado como nombre del Padre o Maestro Significante, y que durante un tiempo satura de manera excesiva el ámbito cultural y artístico, para arrodillarnos -gracias al tratamiento nímbico de la metafísica contemporánea- nuevamente ante la Ley, misma situación en la que se encontraban los humanistas de la Edad de la Ilustración post-1789 o la subsecuente materialización de un nuevo Imperio bajo el gobierno de Bonaparte, un salvaje resarcimiento de una Monarquía cerrada que los revolucionarios intentaron despojar en su totalidad (2). Percibo en el aire una rigidez sólida y gris, una restitución, ladrillo por ladrillo, de las viejas estructuras, un miedo a la crítica que reproduce, si se pudiese hablar del término, este napoleonismo en las instituciones y las plataformas de revisión y critica, que actualmente manejan el arte y la cultura local y global.

[Tiempo fuera]

“Nuestras escuelas de Arte se han convertido en las escuelas de finalización para unos pocos adinerados”, se lee en un artículo de The Guardian.

“¿Es la Escuela de Arte sólo para los pudientes?”, se lee en un artículo de The Observer.

“¿Acaso solo pueden los niños ricos pagarse el trabajar dentro del mundo artístico?”, se lee en otro artículo de Artsy.

Es aquí que entra el segundo factor, el cual considero no se ha analizado lo suficiente dentro del contexto nacional, y es justamente el privilegio y el estatus social que corresponde a la exclusividad del quehacer artístico en la actualidad. Esto ha sido tema de conversación entre colegas que se han graduado en los últimos dos años. Observando que en el campo, y más ahora que nunca, hay una demografía que atañe a un fondo económico privilegiado. Claro, no estoy diciendo que ser privilegiado se haya convertido en un requerimiento para triunfar en el campo artístico, pero creo que no ha de ser coincidencia que muchos de los nombres que resuenan tanto en la escena tanto nacional como internacional, pertenezcan justamente al abolengo y alcurnia de una estirpe determinada.

Dicho aquí de manera llana: el Arte y la Cultura se han convertido en un gasto de ocio para aquel que pueda financiarlo, un valor de plusvalía dentro de la estructura económica post-industrial. Muchos de mis colegas (yo incluido) se encuentran (nos encontramos) en una situación financiera que los (nos) obliga a abandonar pretensiones dentro del mundo artístico, a falta de las suficientes conexiones para ligar dentro de la élite artística, y dedicarnos a una serie de trabajos sin futuro y mal pagos o al desempleo de tiempo completo. No poseemos la capacidad de endeudarnos con ciertos organismos para realizar la compleción técnica que se requiere de nosotros para adentrarnos en un trabajo de galería, de investigación o de curaduría regularmente pago. Ni tampoco tenemos el dineral suficiente para realizar la inversión (capital de riesgo, en negrillas) de un espacio independiente, que requiere de una gran manutención administrativa frente al incremento del costo de vida en nuestro país. Por ende, no es sorpresa que los artistas emergentes sean justamente aquellos que pueden darse, literalmente, el lujo de poder estudiar una carrera artística. No hay que ir lejos, basta con investigar las CV’s de los nombres que se reparten con jolgorio en el mercado, seguir las páginas sociales que corresponden a los actores de la escena artística nacional, examinar los mismos círculos sociales en que estos se manejan. Harían falta voluntarios para continuar este tema por medio de una investigación socioeconómica seria.

Para finalizar, estos dos factores se anudan perfectamente en un lazo que recorre el cuello de muchos de los que, repito, observamos a la distancia y leemos no tocar. Factores que se complementan el uno al otro: una godarria teórica rococó, un silencio cómplice que ahoga cualquier tipo de observación sobre la situación y el sosiego de la clase dominante que, una vez más, toma la rienda del asunto artístico, evitando cualquier tipo de sublevación, comentario o subjetivación político-artística [Camnitzer, Camnitzer, Camnitzer].

¿Qué hacer? Retomando la primera parte de este escrito, existen aún estrategias que todavía no cuajan y que corresponden una invención por parte los exiliados del maravilloso sueño y sus maravillados. Entretanto, más crítica, más estrategias y más toma de posición para evitar una repetición histórica del desastre de la escena local, tal y como fue previsto por María Libreros (3) exactamente hace 17 años y sobre la cual estaríamos ahora ad portas: soy astuta/y no investigo para vos/ desátame, no quiero colaborar/no voy a ser prisionera de tu organismo feudal.

Notas

1. Althusser, Louis (1995). Sobre la Reprodcción (pg. 227-232). España: Ediciones Akal.

2. Marx, Karl (1852). El 18 Brumario de Luis Bonaparte (pg. 145-165). España: Editorial Sarpe.

3. Libreros, María (2000). Réquiem. En Juan Sebastián Ramirez (Ed.), Ojotravieso (pg. 140-143). 14 Salón Regional de Artistas zona Pacífico; Ministerio de Cultura, Cali.

Federico Nieto
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