Compartir la vida como riesgo. Jesús Torrivilla habla con Gabriel Antillano

De todas las características comunes entre los países latinoamericanos, la violencia parece ser un indiscutible. A la hora de estudiar el quid latinoamericano, es difícil no tropezar con la violencia en casi todas sus manifestaciones.

El 8 de febrero inauguró en La Fortaleza de Ciudad de México la exposición Callar la protesta, la cual recogía obras de 11 artistas, nueve venezolanos y 2 mexicanos: Déborah Castillo, Nelson Garrido, Mariana Bunimov, Abraham Ávila, Ana Navas, Ling Sepúlveda, Dulce Gómez, Ángela Bonadies, Luis Salazar, María Ángeles Octavio y Luis Poleo. La exposición fue un proyecto conjunto de los venezolanos Julieta Omaña Andueza (coordinadora) y Jesús Torrivilla (curador).

“La idea de Callar la protesta fue buscar un horizonte de deseo común en la práctica artística contemporánea de México y Venezuela, desde el que pudiésemos encontrar en la poética una potencia crítica del presente”, explica Torrivilla sobre la exposición luego de su clausura el 11 de febrero. “Hay en las obras que presentamos una urgencia por confrontar las tensiones del poder. Nos interesaba la paradoja, el humor, pero sin olvidar la conmoción, un pathos producto de la violencia en nuestros países. Queríamos también obras que dialogaran críticamente con su misma tradición. Es una búsqueda que no ha terminado, una invitación abierta para conectarnos con nuevos proyectos, artistas e investigadores.”

Vista de la exposición Callar la protesta, La Fortaleza, Ciudad de México, 2018. Imagen de Carlos Iván Hernández

Gabriel Antillano.- ¿Esta exposición suscribe a la teoría de que los tiempos de crisis son los mejores para el arte?

Jesús Torrivilla.- No es condición suficiente, aunque, como en la literatura, no hay buena historia sin conflicto. Hay una inmensa injusticia en la afirmación de que los tiempos de crisis son mejores para el arte y quizás tenga que ver con la ruptura de la relación platónica entre artista y espacio público: ya sin poder aspirar a la verdad, esperamos del artista la locura, su sacrificio. En tiempos como los que vive Venezuela, los artistas están en una situación absolutamente precaria ante la ausencia de instituciones. Eso nos obliga a movilizarnos, sí, pero la competencia por la visibilidad es feroz y para ser visibles también hay que tener la fuerza necesaria para mover esos campos de poder. Sin ser visibles nadie podrá escuchar lo que tenemos que decir.

GA.- México, más allá de los muralistas mexicanos, cuenta con una larga tradición de arte de protesta. ¿Con cuáles antecedentes en el arte venezolano crees que dialoga esa tradición?

JS.- Para hablar de un diálogo con una tradición, más que llamarla de “arte de protesta”, me interesan dos referentes importantes: el arte que se asoció con los proyectos modernizadores de ambos países, que en México fue el muralismo y en Venezuela el constructivismo en su vertiente cinética; y luego el momento de emergencia de los conceptualismos en los años setenta, que de alguna manera enfilaron críticamente contra esa tradición moderna. El caso venezolano es muy particular en la región, porque cuando Latinoamérica estaba en plena oleada dictatorial, nosotros éramos un país democrático y las prácticas conceptuales respondieron con mucho escepticismo al optimismo oficial. Si el arte conceptual en Latinoamérica surgió asociado a la militancia política por sus mismas condiciones de producción, el venezolano lo hizo desde una distancia crítica que más tuvo que ver con el silencio, el humor y el hermetismo. En resumen, me refiero a la tradición que hacen nombres como Eugenio Espinoza, Antonieta Sosa, Teresa Margolles, Francis Alys, Roberto Obregón, Ulises Carrión, por nombrar artistas que han trabajado en nuestros dos países y con los que podríamos armar una constelación en común.

GA.- La exposición consiste en una serie de obras contemporáneas que responden a problemas actuales, sin embargo pertenecen a una tradición de mucho tiempo. Pienso en el final del poema de Martha Kornblith de donde toma su nombre la exposición: “Desde entonces / he dejado de merodear / en el pasado“. ¿Cómo estas obras dialogan con la tradición a la cual pertenecen? ¿Hay un rechazo al pasado o una suerte de homenaje a iniciativas anteriores?

La selección de las obras de Callar la protesta abrevan de ese momento histórico a partir de los años setenta en que empieza a tomar forma la idea del arte contemporáneo actual, en que el arte se enriquece a partir de nuevas sensibilidades. Y protesta, sí, pero muy consciente de cómo lo está haciendo y desde qué campo y con qué alcance. En lo absoluto hay un rechazo al pasado, en el que ya hemos dejado de merodear como fantasmas. La tradición más bien se proyecta hacia adelante.

Luis Poleo. Vista de la exposición Callar la protesta, La Fortaleza, Ciudad de México, 2018. Imagen de Carlos Iván Hernández

GA.- Aquí en Venezuela la editorial Puntocero publicó en el 2011 La ley del cuerno: Siete formas de morir con el narco méxicano, un libro de crónicas sobre la problemática del narcotráfico en ese país. El problema del narco tuvo su explosión en Venezuela durante las últimas dos décadas. Aunque violentos, Mexico y Venezuela han afrontado distintas formas de violencia, nacidas por circunstancias diferentes, ¿es la violencia en sus distintas manifestaciones un elemento conector en las obras?

JT.- Definitivamente. Es una violencia que, como decía el artista sudafricano William Kentridge en una entrevista que citamos en la publicación que acompaña a la muestra, nos hace saber que en nuestros países “siempre hemos sabido que la vida es riesgo”.

GA.- ¿Crees que existan posibilidades de traer la exposición a Venezuela o hacer algo similar en el país? ¿Por qué?

JT.- A lo largo de meses recientes ha habido iniciativas similares tanto dentro como fuera del país, como “Onomatopeyas visuales” en la Hacienda la Trinidad de Caracas, “Broader implications” que curó Lucía Pizzani en Londres y “República colapsada Vol. 2” organizada por Helena Acosta y Violette Bule en Nueva York. Estas muestras dibujan un universo de preocupaciones urgentes para los artistas e investigadores venezolanos. Valdría la pena mencionar también la extraordinaria “Pasajes del Arte en Venezuela” que llevó la Colección Mercantil a la feria Pinta Miami, una representación bastante completa de nuestra tradición contemporánea. Lo que tienen en común todos estos proyectos son que se llevan ante la indiferencia (y a veces el rechazo) de las instituciones del Estado. Pero ante esa condición nuestra responsabilidad es todavía más grande: estamos obligados a investigar, mostrar, escribir y decir cada vez más, pese a todo.

Mariana Bunimov. Vista de la exposición Callar la protesta, La Fortaleza, Ciudad de México, 2018. Imagen de Carlos Iván Hernández

GA.- Muchas de las obras parecen dialogar con iconos y símbolos clásicos (estatuas, lugares, personajes). Existe como una cierta sátira entre los ideales y promesas del pasado y los problemas de la actualidad. ¿Crees que estas obras nacen de una decepción y una molestia? Quizás la misma decepción del fracaso de la nueva izquierda latinoamericana o la decepción responsable del surgimiento de movimientos políticos como Podemos o la Alt Right.

JT.- Me gusta pensar que más de una decepción surgen de un profundo escepticismo, que a veces es irónico y a veces es doliente, una complejidad difícil de lograr pero que espero que las obras expresen en su conjunto. Es una noción de violencia vista desde las potencialidades pulsionales de la imagen, donde están en tensión el saber y el caos, lo grotesco y también lo bello, lo gozoso.

GA.- ¿Es el arte de protesta exclusivamente político? ¿Las obras pertenecientes a la muestra son esencialmente políticas? ¿Existe un arte de protesta de temática no-política?

JT.- Cada vez que se habla de arte político la categoría exige una definición. En este caso, siguiendo la línea de investigación que me ha acercado a trabajos como el de José Luis Barrios, Alberto Moreiras y Sergio Villalobos, la visión de Callar la protesta se acerca más a una idea “infrapolítica”, esto es, obras que partan del silencio, del velo, del amurallamiento, en lo que la potencia política provenga de la fuerza poética. Más que en la noción de crisis, que se piensa atada a una contingencia “burguesa”, proponen la de catástrofe, una condición en la que ya está domiciliado el presente. En ese trayecto quizás las épicas y las grandilocuencias nos dejen de importar para pensar en las condiciones ineludibles del presente, no como víctimas, sino desde la aspiración (al menos) de una mirada crítica. La obra entonces no nos dirá qué es cierto y qué es falso sino que nuestra relación con la verdad no es estable, que la historia no se mueve hacia adelante, que no existe la esperanza en el progreso ni en un hombre nuevo.

Luis Salazar. Vista de la exposición Callar la protesta, La Fortaleza, Ciudad de México, 2018. Imagen de Carlos Iván Hernández

GA.- ¿Qué nculos encuentras entre la situación actual de Mexico y la crisis que atraviesa Venezuela?

JT.- Son dos países cuyos gobiernos insisten en una idea de estabilidad que no se siente en las calles, para bien y para mal. Compartimos una violencia y un caos amenazantes, en el que, como mencioné anteriormente, la vida está constantemente en riesgo. Si me preguntas, hasta ahora, yo no he vivido de otra manera y creo que podríamos aprender de esas dificultades, aunque ya sepamos lo paralizantes que pueden llegar a ser.

Vista de la exposición Callar la protesta, La Fortaleza, Ciudad de México, 2018. Imagen de Carlos Iván Hernández

GA.- Viviendo en México, ¿sientes que los mexicanos están conscientes de la problemática venezolana? ¿Podría servir esta exposición como forma de encuentro para dos culturas a través de su crisis?

JT.- Yo estoy cansado de que los venezolanos seamos los heraldos negros. En México y en muchos países hay un interés genuino, proveniente de un afecto muy generoso, por el presente de Venezuela, pero en Callar la protesta no quisimos enumerar la retahíla de nuestras miserias. Apostamos más bien por otro relato que esperemos pueda contarse desde la asunción de la catástrofe. Nuestros mejores periodistas, por ejemplo,

han hecho un gran trabajo para hablar de la realidad desde una honestidad furiosa y compleja, llena de la crudeza de nuestro momento histórico. Con este proyecto no buscamos la denuncia ni el consuelo sino más bien acercarnos con la mirada, abrir una puerta para el diálogo en común.

– Gabriel Antillano

@GaboAntillano

Originalmente publicado en Tráfico Visual

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