Aceleracionismo sincero. Juan Obando en Espacio Odeón

Esta es la primera de dos presentaciones dedicadas a la individual recientemente inaugurada de Juan Obando en Bogotá. Girará, sobre todo, alrededor de aceleracionismo, fake news, estupidez autoinducida, pasamontañas y emojis. Bienvenides:

Al musitar “aceleracionismo” en público la gente se crispa: los optimistas construyen argumentos para conjurar la crisis, los cínicos se hacen los sordos, los activistas acusan de criptofascismo. Hay que aceptarlo, hasta que el principio de realidad nos haga caer en cuenta que la noción de futuro es el ideal más devaluado en la actualidad, quizá entendamos que ya es tiempo de reelaborarlo. Pero, eso sí, sin los argumentos utopistas del siglo XVII, los arrebatos anarcorevolucionarios del XIX, ni los relatos de autoayuda estúpida del XX. Es tiempo de volver al realismo. Y ser realista duele.

Por eso, en países criados a punta de trauma, como Colombia, pareciera que el término jamás medrará. Y menos en su arte contemporáneo. Basta observar cómo, cuando una artista nativa habla sobre nuestra guerra civil de 53 años, por más buenas intenciones que demuestre –o quizá, a consecuencia de ello– no podrá deshacerse de un paternalismo acosador hacia las víctimas, una ansiedad por participar políticamente con su emocionalidad como única basa ideológica, y una resignación confundida al entender que con su arte nunca-va-a-hacer-nada-de-verdad-por-nadie.

El calendario de exposiciones comenzó con propiedad en la ciudad de Bogotá sólo hasta mediados de abril pasado. Sucedió con Pro revolution, exposición de Juan Obando, que toma su nombre de una de las dos obras que componen el proyecto. En un recorrido de cuatro plantas, la propuesta reflexiona sobre las condiciones materiales de la participación política contemporánea. Según su autor, resulta de vital importancia analizar las dinámicas del activismo actual más popular y entender por qué a sus promotores/usuarios les encanta crearse/creerse cualquier mito reivindicatorio fabricado en clave de gesta disneylandiana o, por qué hacen gala de unos niveles de desinformación que parecen tan intencionales como los de cualquier pobre de ultraderechas colombiano.

Para hacerlo, comenzó con PR, obra basada-en-hechos-de-la-vida-real, pero ubicados entre la diplomacia cultural y la política-ficción: la “presentación” del grupo musical de Juanas de Arco de ahora (Pussy Riot) en el desvaído festival de rock para pobres patrocinado por la derechista Alcaldía Mayor de Bogotá actual. En un principio, ese “hecho” nunca “sucedió”. Valga decir, las Pussy Riot jamás vinieron a este barrizal porque, al mismo tiempo, algún “descuidado” community manager suyo “cometió” el “error” de postear fotos “de ellas” “presentándose” en Edimburgo al mismo tiempo. Ante la suspicacia del público rolo, la curaduría del evento sólo acertó a forjar un trabalenguas semiológico. Sin ambages declaró: «Pussy Riot es un colectivo formado por varias personas. Tanto Nadya como Maria son dos de las fundadoras del movimiento Pussy Riot, si bien la actuación de Edimburgo es más teatral que musical y Maria forma parte de ella”.

Es decir que vinieron, pero no vinieron. O sea, lo hicieron en modo franquicia. Sí, activista y punk y cubierta con balaclavas y enojada por la persecución contra las defensoras del derecho al aborto; pero franquicia al fin y al cabo. Es decir, simulación activista para escenificar protesta. Y esto es, de por sí, una putada. Sobre todo con quienes de verdad se movilizan contra el embate antiderechos reproductivos, al poner en ridículo su causa creando el argumento favorito de los movimientos promuerte de derechas a nivel mundial: la oposición política es un show temporal (y nada más).

Basándose en la parafernalia de la “presentación” del grupo en Europa, Obando repitió la fórmula en un escenario menos triste. El 10 de abril de este año, volvió a organizar un evento “con” la “misma” agrupación, lo promocionó con retórica visual copiada de sus campañas, no dejó de insistir en que se trataba de un evento gratuito (“regalado, hasta un puño”) y dispuso en escena un conjunto de jóvenes ataviades con vestidos cortos de colores, balaclavas a tono, instrumentos, computador y una pantalla que proyectaba encima de elles las letras de las canciones. Éstas aparecían en la misma fuente del show edimburgués, pero, extrañamente, rezumaban política local: se hablaba del eternal president, de su coime Duque, de robos continuados, de extractivismo, del Departamento de Estado gringo y el arte, del simulacionismo revolucionario… de nuestras cositas.

¿El público? ¡Feliz! Entre los tres grupos fácilmente identificables (fans ataviados con gorros de lana reciente –y chambonamente– tuneados, punks vieja escuela + herederes, y jóvenes de prendas neutrales dispuestos a aprender), se notaba la alegría desaforada por “al fin!” ver a “¡semejante agrupación!” en un espacio tan íntimo, una tristeza indisimulada por lo corto de la presentación y una que otra duda sobre su autenticidad (“¿vieron que una de ellas era man?”, “¿sabían que mañana tocan en Lima?”, “¿esas sí eran sus canciones?”).

Aquí es donde la cosa se pone aceleracionista: como vivimos inmerses en universo iluminado a punta de pantallas donde consumimos noticias como adictes, nuestro panorama de participación ciudadane ha terminado por revelársenos estrecho e inútil. Nos enojamos/entristecemos y volvemos a nuestros feeds. Leemos sobre otra estupidez del combo del eternal president, por ejemplo. Y retomamos el ciclo.

Para Obando, el problema de esta anomalía psicológica no es que nos enojemos con la actuación de los líderes colombianos elegidos por mayoría –o que la mayoría en Colombia adore el olor a sangre fresca de líder social masacrado, por ejemplo–; más bien, el asunto gira alrededor de la manera como nos relacionamos con esa información: nuestros celulares caritos, nuestros queridos grilletes, son tan apreciados por nosotres que nos sirven hasta para hacernos creer que son los mejores vehículos para la intervención cívica: intermediación tecnológica como paliativo/desencadenante de la participación real en el mundo real, así como del malestar de nuestra cultura.

En este sentido, PR se relacionaba con una pequeña obra montada en el primer piso del lugar. Además de hacer alusión directa a la anterior exposición bogotana del artista (1), la caja de luz-svástica compuesta con el emoji del brazo que porta un celular, permitía enlazar las implicaciones políticas del ciberactivismo de likes con la aparición de emojis de distintos tonos de piel que Obando trabajara antes. Con ello incrementó la fuerza de su señalamiento al indicar que lo suyo era ponernos de frente una mentira que ya nos sabíamos, y que lo iba a hacer ofreciéndonos la actuación de un grupo musical reconocido, sobre todo, por su orientación ideológica.

Es decir, que cuando fuimos al concierto “de” Pussy Riot en Odeón, no fuimos a un encuentro gratuito, sino que con nuestra atención y presencia hicimos lo mismo que cuando navegamos en las redes de espionaje y jugamos con emojis: a punta de scroleo, vistas y likes, pagamos con lo único que tenemos: tiempo. Y eso nos sale caro. Por ejemplo, nos estupidiza progresivamente. Hasta no poder distinguir entre realidad y ficción, por ejemplo.

De otra parte, Obando no duda en señalar al grupo de punk como integrante activo de una agenda dedicada a introducir malestar político en entornos considerados hostiles para los planes de grupos de interés estadounidenses:

Pussy Riot ha recibido financiación y apoyo de ONG’s que son patrocinadas por el Departamento de Estado de Estados Unidos y reciben recursos a través del National Endowment for Democracy; estas organizaciones buscan insertar desorden en la economía y política de otros países, de la misma manera que se ha hecho con infiltraciones militares y operaciones encubiertas. En esa medida Pussy Riot podría ser una manifestación directa del neo-liberalismo y de la intervención cultural de Estados Unidos y sus sistemas de control.”

Es más, lo increíblemente patético de todo esto es que la cuestión no termina ahí. Obando reitera el efecto constatable de ese tipo de iniciativas como tendencia político-cultural de largo aliento. A partir de la calculada organización de eventos situacionistas, performances “antisistémicos”, apariciones estratégicas en medios, resulta que todes-amamos-a-Pussy-Riot, sin importarnos de dónde haya salido el dinero para tenerlas tanto tiempo en escena. Así como antes ha sucedido con otros artistas-diplomáticos tipo Bono, Carlos Vives, Miguel Bosé, Juanes, etc. Como se ve, no es sólo un problema del punk, por ejemplo.

Notas:

1.- Collabs, MIAMI Prácticas Contemporáneas, Bogotá, 2017.

Juan Obando

Pro revolution

30 de abril – 14 de junio

Espacio Odeón

Bogotá

Guillermo Vanegas
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